Los músculos esqueléticos, controlados por la actividad cerebral voluntaria, son fundamentales para generar movimiento y funcionan mediante ciclos de contracción y relajación. Están compuestos por un gran número de fibras musculares que se comportan de manera similar al músculo en su conjunto, pero permiten una regulación precisa de la fuerza y el movimiento según el modo de activación.
Solo algunos músculos, llamados posturales, son fisiológicamente capaces de mantener un estado de contracción prolongada sin sufrir consecuencias negativas.
¿Qué es una contractura muscular?
La contractura muscular es una condición anómala que afecta a un músculo, o más frecuentemente a algunas de sus fibras, interrumpiendo la alternancia entre la fase de contracción y la de relajación.
Las fibras afectadas permanecen en un estado de contracción continua, lo que les provoca dolor.
La tensión constante dificulta el flujo sanguíneo adecuado, lo que limita el aporte de oxígeno y nutrientes y ralentiza la eliminación de catabolitos, es decir, las sustancias de desecho producidas durante la contracción.
Esta situación provoca dolor y reducción de la funcionalidad.
El diagnóstico
El diagnóstico corresponde al médico, pero se puede sospechar una contractura muscular cuando un músculo, o parte de él, parece duro al tacto, doloroso y difícil de estirar.
La contractura es a menudo una respuesta defensiva del cuerpo para limitar el movimiento, y también puede aparecer en presencia de lesiones más graves, como distensiones o desgarros, que requieren tratamiento médico o fisioterapéutico.
Paradójicamente, un músculo lesionado puede reaccionar con una contractura local para proteger la zona dañada.
Existen diferentes tipos de contracturas, pero distinguirlas requiere conocimientos específicos y, a menudo, pruebas instrumentales. La ecografía es la prueba más adecuada para evaluar el estado del músculo.
Los síntomas de una contractura muscular
El síntoma principal es la rigidez del músculo, que resulta difícil o imposible de estirar sin provocar dolor.
Se tiene la sensación de no poder controlar el músculo, con un dolor que tiende a aumentar con el tiempo.
Los síntomas pueden recordar a los de un calambre, pero con diferencias importantes: el calambre es más doloroso, afecta a todas las fibras del músculo de forma repentina y se manifiesta sobre todo en las extremidades inferiores.
La contractura, en cambio, puede afectar a cualquier músculo y suele estar relacionada con posturas incorrectas que provocan sobrecargas y fatiga, evolucionando a veces hacia formas crónicas.
Para distinguir una contractura de un calambre, hay que tener en cuenta que la contractura provoca una rigidez creciente y un dolor progresivo, mientras que el calambre provoca una contracción intensa y repentina, que impide el uso de la extremidad hasta que se relaja el músculo.
Otro aspecto a tener en cuenta es el tipo de dolor: el de la contractura es progresivo, mientras que el del desgarro es agudo, localizado y fácilmente atribuible a un evento específico.
Es importante saber que un estiramiento o un desgarro pueden provocar contracturas en los músculos circundantes, como mecanismo de protección.
Este cambio en el tipo de problema está relacionado con un mecanismo de defensa del músculo: para evitar que la lesión por distensión empeore, el músculo sano circundante se contrae para proteger la zona dañada. Reconocer este aspecto es fundamental para poder intervenir correctamente.
Causas comunes de la contractura muscular
La causa principal es la fatiga, pero la deshidratación y la falta de entrenamiento específico también pueden favorecer su aparición.
Las contracturas del trapecio, situado entre el cuello y los hombros, son comunes en personas que trabajan en un escritorio con una postura incorrecta. Las contracturas de la espalda, tanto lumbares como dorsales, también suelen tener un origen postural.
En el ámbito deportivo, las contracturas se deben a un cansancio específico: durante actividades intensas, algunas fibras musculares pueden agotar la energía necesaria no solo para contraerse, sino también para relajarse, al igual que una puerta eléctrica que necesita energía tanto para abrirse como para cerrarse.

Remedios, tratamientos y terapias
El remedio principal es el reposo, aunque no garantiza una recuperación rápida.
La aplicación de calor (termoterapia hipertermia) puede ayudar gracias a la vasodilatación que favorece la relajación muscular, pero debe evitarse en caso de sospecha de desgarro muscular.
En caso de contracturas de origen postural, sin embargo, es la opción más adecuada.
La crioterapia solo es eficaz si se aplica durante periodos prolongados, superiores a 30 minutos, y con una reducción moderada de la temperatura. En estas condiciones, favorece la relajación muscular sin provocar vasodilatación, por lo que resulta útil en caso de sospecha de desgarro muscular. Esta técnica está muy extendida en el ámbito deportivo.
Los masajes miorrelajantes son una solución excelente: además de ser agradables, son muy eficaces. Su objetivo es reducir mecánicamente la tensión muscular, actuando de forma específica en las zonas donde se manifiesta la contractura.
Desde el punto de vista de la terapia instrumental, existen diferentes enfoques útiles para el tratamiento de las contracturas musculares, entre los que se incluyen la presoterapia, la electroestimulación, la magnetoterapia y la ultrasonoterapia.
La presoterapia ejerce una acción mecánica similar a la del masaje descontracturante, alternando fases de compresión y relajación. Además, mejora el drenaje sanguíneo y estimula el metabolismo periférico, favoreciendo la eliminación de las sustancias de desecho producidas por la contracción muscular y el aporte de nutrientes útiles para la recuperación. Por este motivo, la presoterapia es eficaz tanto desde el punto de vista mecánico como metabólico, y está especialmente indicada para el tratamiento de las extremidades inferiores.
La electroestimulación tiene una acción similar, pero más dirigida a la zona afectada. Se pueden utilizar programas descontracturantes específicos para reducir el tono muscular, también en combinación con programas T.E.N.S., que atenúan la percepción del dolor y favorecen una mayor relajación. Este tipo de tratamiento es especialmente eficaz para el cuello y la espalda.
La magnetoterapia actúa a nivel metabólico, mejorando la capacidad del músculo para recuperarse de la fatiga y favoreciendo la resolución de las contracturas, tanto en fase aguda como crónica.
Está especialmente indicado para personas que sufren frecuentemente este tipo de problemas.
En el ámbito deportivo, también es un excelente remedio para la recuperación post-entrenamiento y post-competición.
La terapia es especialmente eficaz si se aplica durante largos periodos de tiempo.
La terapia de ultrasonido es muy útil en caso de contracturas profundas o localizadas. Gracias a sus características físicas, el ultrasonido actúa en profundidad en el músculo, donde los masajes y la electroestimulación tienen dificultades para llegar.
Su eficacia está relacionada tanto con el efecto vascularizante como con la relajación directa de la musculatura. Los tratamientos con ultrasonidos son rápidos y, dependiendo de la zona a tratar, pueden durar entre 5 y 15 minutos.
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